lunes, febrero 13, 2006

2880'

Uno debería trabajar un año y descansar otro. Y durante ese intervalo, tan como Bukowski, poder abandonarse de tres a cuatro días en la oscuridad de unas cuatro paredes, cerrando las cortinas y yaciendo en una cama, acurrucándose, emulando aquel estado fetal que nadie recuerda, pero que de vez en cuando debería revivirse.
Había momentos en su vida en los que su cuerpo, simplemente no podía más. Ni la mayor carga de ATP era capaz de levantarlo. Absolutamente nada. Y entonces se rendía y se dejaba ir. Se incorporaba, con el último resquicio de energía que le quedase, para correr las cortinas hasta que se encontraban la una con la otra, y se sumergía en la cama y dormía, y despertaba solo para tomar sorbos de agua de la botella al costado derecho, siempre derecho, de su cama. Lloraba hasta que no tuviese fuerzas. Podía levantarse a comer algo tan rápidamente que ni sabía qué fue. En el mejor de los casos. En el peor, ni siquiera comía.
Bukowski jamás habría carecido de puros o cerveza en alguno de los costados de su cama. Ella de agua y quizás hasta de algún cigarrillo para darle más drama a la tragedia. Pero, ¿era realmente una tragedia todo eso?...ella no buscaba hacerlo, eran su cuerpo y su alma quienes lo hacían, porque lo necesitaban. Y lo gozaban tanto. Ese hundirse en la nada, en el silencio... podía ser tan saludable.
Cuando vivía con sus padres, era un tanto más difícil. Tenía que bajar a comer. No desayunaba y decía: "no sé que tengo, creo que me ha bajado la presión", y la madre le creía. Y ella añadía: "solo quiero dormir, por favor, y además tengo cosas que hacer". Claro está, que la "bukowskica" costumbre no superaba los dos días. Y siempre fue un sueño para ella, poder llegar a los cuatro. Después de todo, ese dejarse morir por cuarenta y ocho horas, podía ser lo que la dejase vivir por los próximos seis meses.